El
patio ensangrentado. La pila de cabezas. Los cuerpos andando sueltos.
Tropezando, cayendo.
Hay que
cambiar a los niños de colegio.
Hay que
buscar el cuerpo del niño, buscar la cabeza del niño, y cambiarles de colegio.
Una
madre coge del montón la cabeza de su niño y gritando «Miguelito,
Miguelito» va detrás de un cuerpo a ver si coincide.
Pero la
anarquía no lleva a ninguna parte.
Entonces,
los padres improvisan una reunión de padres.
No
pueden dejar de mirar aquellos cuerpos de sus criaturas y las
cabezas de sus criaturas separados por completo.
Más los
cuerpos del cuerpo de enseñanza media y cuerpos del cuerpo de mantenimiento sin
cabeza y sus cabezas entre las cabezas de niños, todos mezclados. Sin olvidar
la sangre.
Ya que
un cuerpo, desprendido hace poco rato de una cabeza, no para de sangrar y una
cabeza, desprendida hace poco rato de un cuerpo, no para de sangrar.
Y la
gente dice que sufre.
Porque
se han visto obligados a actuar como ellos no querían.
Que se
han visto obligados a hacer cosas que ellos no querían hacer.
Y le echan la culpa a otros.
Que
otros les han dicho lo que tenían que hacer.
Que
ellos pensaban con la cabeza de otro, o para la cabeza de otro, o con las ideas
de otro, o pagados por otro, o yo qué sé.
Y la
reunión de padres, que dura pocos segundos, decide, por ciento cincuenta votos
contra uno, decapitarse entre sí y mezclar más cabezas a las cabezas o, como se
dice vulgarmente, echar más leña al fuego.
Y
deciden la manera, también en pocos segundos, y la manera que deciden, otra vez
por ciento cincuenta votos contra uno, es nada menos que el guantazo limpio.
Y en
pocos segundos todos comienzan a propinarse guantazos limpios.
Y
vuelan las cabezas. Ciento cincuenta cabezas a favor, volando.
Y la
cabeza en contra, también volando.
Y las
cabezotas de los perritos, volando.
Ahora
se mezclan en un patio de colegio encharcado en sangre, cabezas de toda clase y
cuerpos de toda clase: de padres con cabeza de perritos,
de perritos con cabeza de niños, y es muy, pero que
muy bonito.
Porque
es la prueba que necesitan para entender que ya está bien de vivir y de morir
pensando con la cabeza de otro.
Y la
cabeza de la directora del colegio, incrustada en el cuerpo de un chihuahua, le
dice a la cabeza de uno de los padres, incrustada en el cuerpo de una niña: «A
su hijo vamos a expulsarle de este colegio. Por haber armado el jaleo». Nadie
sabe quién armo el jaleo. Tú vas a armar el jaleo.
Después
llegan los abusos sexuales que jamás son abusos: son ocasiones no
desaprovechadas.
¿Cómo
ocasiones no desaprovechadas?
Si, son
tíos con niñas.
Si, son
tías con niños.
Si, son
niños con tíos.
Si, son
niñas con niñas.
¡No señor!,
son cuerpos de niños con cabeza de tías abusando sexualmente de cuerpos de
perros con cabezas de maestras.
¡No
señor!, son cuerpos de chihuahua penetrados por cuerpos de padres liberales con
cabeza de bedeles fachas.
¡Qué coño!, son cabezas de chorlito copulando contra cuerpos de
chorlito, chocando contra inadaptados, chocando los vencedores por fin junto a
los vencidos, sólo que aquí, no hay vencedor que no lleve cabeza de vencido ni
vencido que no lleve, cabeza de triunfador.
Entonces,
ésos que reclamaban igualdad, ya la tienen: una igualdad amorfa.
Y ésos
que reclamaban orden, flipan, porque ven que ahora el
desorden es mucho mayor; que para orden, mejor el que ya existía.
Siempre
te he dicho que las consecuencias de pensar con la cabeza de otro, eran fatales
para la humanidad y que la humanidad no podría librarse jamás de eso. Y que tú
te librarías.
Hay que
elegir entre apartarse o quedarse a cambiarlo todo. Hay que elegir entre
apartarse definitivamente —pegarse el tiro— o quedarse y cambiarlo todo.
Siempre
te he dicho: vas a pensar con tu cabeza, aunque traten de arrancarte la cabeza
a guantazos.
Tienes
que echar a correr si hace falta.
Como
yo. De chaval. Con altavoces robados de mi escuela, sudando, atravesando el
campo de fútbol, saltando una alambrada. Con gente que me persigue y me
persigue. Y la diferencia con los demás es que mi cuerpo lleva mi cabeza.